«Iguana Verde» de Nicolás Meneses

Este extraño suceso en el zoológico pasa nuestra colección de cuentos 2017 con todos los honores correspondientes

Alumbré con mi linterna la parte trasera de la jaula. El haz de luz se arrastró por el suelo, hasta que vi las puntas de una falda rozando el piso, unos muslos gordos que se desparramaban entre la tela floreada e inclinando un poco más el foco, el perfil de una mujer adulta, con exceso de base en las mejillas y unos lentes de sol que a esas horas de la noche solo servían para cegar a la persona que los ocupaba. Estiraba la mano entre la oscuridad de los barrotes. La retiró inmediatamente al percibir la potencia del alumbramiento en su rostro. Encandilada, cubrió sus ojos y como si fuera mi jefe, ordenó:

– ¡Baje esa cuestión que me duelen los ojos!

– Pero señora, ¡¿qué hace acá?!

– Que no se da cuenta, estoy con mi Rocky.

No entendí a quién se refería hasta que apunté con la luz dentro de la jaula. Era la iguana verde, sauropsida squamata iguanidae, la Juanita, como la bautizamos en el zoológico. Estaba aferrada a la rama más baja de un árbol y masticaba una manzana. Parecía un escolar disfrutando de su colación en el último recreo del colegio.

– ¿Por qué le está dando comida a la Juanita?

– ¡No se llama Juanita, se llama Rocky!, y le doy porque le gusta, la manzana es su última comida del día, ¿acaso no sabe?

– ¡Señora!, primero, a ver, a ver, primero ¿cómo entró al zoológico? Y segundo ¿por qué le dice Rocky a la Juanita, si es hembra?

– Siempre me quedo a darle la última comida al Rocky, ese fue el trato que hicimos con el veterinario que me obligó a dejarlo en el zoológico, y se llama Rocky porque mi viejo le puso así: Rocky. Y la voluntad de mi viejito es sagrada.

Nunca nadie me había dicho nada de la señora. La política del zoológico más bien consiste en cortar la comunicación entre los antiguos dueños y los animales. La mayoría llega con serios problemas de salud y maltrato, causados por la ignorancia de la gente que no sabe darle los cuidados apropiados. Acá se les cuida y trata como a un integrante más de la familia, hasta que puede unirse a la muestra o si es necesario, reinsertarlo en su hábitat natural. En el caso de la Juanita, como es un reptil, podía sobrevivir en casi cualquier parte de clima cálido.

– ¿Por qué la tienen encerrada?, el veterinario me dijo que en el zoológico iba a tener más libertad.

– La jaula es grande señora.

– Pero es una jaula.

– ¿Usted dónde la tenía?

– En mi departamento, que era bien amplio ¡y lo sacaba a pasear!

– ¿La sacaba a pasear?

– Sí, con correa, en la mañana, siempre cuidando que no hubiera perros cerca.

– Señora, voy a tener que echarla.

– Yo de aquí no me voy hasta que mi Rocky se coma toda la manzana y se quede dormido.

– ¡Señora!, la Juanita no se va a quedar dormida si usted sigue acá.

– ¡Qué sabe usted, viejo tonto!

Llamé a la central por radio. Les avisé que se había infiltrado una señora, probablemente se hubiera escondido antes de que cerrarán el zoológico. Le estaba dando comida a la iguana verde. Mencioné que tal vez quería robársela. Dieron aviso a carabineros, que llegaron luego de una hora y media, a pesar que la comisaría quedaba a tres cuadras. La señora se fue detenida por invasión a la propiedad privada y darle de comer a un animal. Cuando la subieron al retén móvil, se dio media vuelta y me sacó su lengua larga y afilada. Estaba morada. Me devolví a ver cómo estaba la Juanita. La encontré tirada en el piso, con la lengua afuera amoratada. El resto del cuerpo no mostraba rastros de vida. Llamé de nuevo a la central y pedí de urgencia un veterinario. De allá me preguntaron qué había pasado. Respondí que tal vez se trataba de un suicidio de amantes.